Hace poco tiempo, menos del que parece, zapateros, relojeros, sastres, afiladores, ferreros, molineros..., eran piezas clave en nuestra sociedad. Ya apenas se distinguen arrinconados ante la avalancha de un progreso no siempre bien entendido.
El zapato ya no se remienda, los relojes apenas quedan relojeros que entiendan sus maquinarias electrónicas de cuarzo, la sastrería a medida es casi un lujo, los cuchillos y tijeras apenas se afilan y el resto de los oficios, subsistiendo como pueden ante las baratijas que llegan a nuestros mercados.
El día a día está saturado de plástico. Los oficios artesanales se han reinventado, se han integrado en la industria turística como nativos del mundo con las horas contadas. Los visitantes contemplan sorprendidos las obras de arte creadas por manos virtuosas, pero las horas de trabajo que cobran los artesanos, no son rentables. Son trabajos muy esclavos de cuerpo y de mente.
Hoy en día, apenas se mira la calidad. Prima sobre todo y en la mayoría de los casos, los precios. Así, los oficios se desvanecen a cuentagotas. Y ante esto, ya no quedan maestros artesanos, esos personajes que fueron aprendiendo desde la cuna, generaciones que siguieron la tradición familiar.
Uno de esos oficios, es el de relojero, ese maestro digno de los mayores elogios. Sabido es que se denomina relojero (Horotogiorum artifex vel moderator), a aquella persona que hace, repara o vende relojes.
Salvo la Real Escuela de Relojeros de España, surgida en tiempos de Carlos III, nunca existió una escuela de relojería, con lo que la formación del relojero ha sido clara consecuencia del empeño personal, tenacidad y estudio autodidacta.
Quedan pocos, creo que muy pocos. Uno de ellos es Ramiro que, entre sus varios oficios está el de relojero, aunque ya no ejerce por la edad. Trabaja por entretenimiento, cuidando y dando cuerda a sus relojes y así no pierde sus facultades y mantiene viva una colección de relojes de todos los tipos y modelos en una antigua fragua, en un viejo tendejón rodeado de un ya no utilizado gallinero. Y curiosamente o porque las manos e inteligendia de Ramiro lo lograron, todos funcionan. A Ramiro lo conocí hace ya unos cuantos años en una pequeña aldea del interior de la provincia de Lugo, en Os Villares, en el concejo de Guitiriz. De conversación amena y fluída, te pasan las horas agradablemente en su compañía. La música casi celestial y las campanadas de los relojes, te afinan el oído. Ninguno suena igual y casi todos tocan a la misma hora. Tiene su mérito, pero por desgracia, quedan ya muy pocos ramiros.
Al despedirnos, me invade la nostalgia al escuchar de nuevo los sonidos de los diferentes modelos que marcaban la hora. Y aunque por momentos me sentí en otros tiempos y en otro mundo, al salir de nuevo al camino para continuar la ruta entre castaños y carballos centenarios, me dí cuenta que la vida va muy deprisa. Y al poco, en un cruce de caminos, un milenario cruceiro de piedra trabajado por otro maestro artesano, me devuelve a la realidad. Continuamos nuestro camino pensando ahora en que en todas las profesiones, la picardía y veteranía era un factor importante, era un medio más de subsistencia. Y nos viene a la memoria de nuevo el relojero. Así, cuenta la leyenda asturiana como a una relojería de las de antes, acudió un señor con un reloj de bolsillo que decía que estaba estropeado. El relojero le dijo que lo miraría, que volviera en unos días. Cuando el señor salió a la calle, el viejo y avispado relojero sopló al volante del supuestamente estropeado reloj y éste comenzó a andar. Por allí jugando estaba el hijo pequeño del relojero que al ver la acción de su padre le preguntó ¿papá, porqué le dijiste que volviera en unos días si el reloj ya funciona?. El padre, con cara de risa y ojos pícaros le dijo al niño " hijo, hasta para dar un soplido hay que saber". Si lo hubiese hecho ante él, no podría cobrarle el arreglo y ésto si que es un negocio. Y aunque hoy en día no tenemos apenas oficios y de ellos no es la culpa, este mundo actual está así montado, porque como muy bien dice un buen amigo mío "en esti país, el más tontu fai relojes".
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